Juego vs. Alta Competencia Deportiva: un enfoque alternativo

Prof. Dr. Roberto E. Coscio
rcoscio@kennedy.edu.ar

Pareciera que el juego y la alta competencia deportiva fueran dos extremos de un mismo camino, donde todos iniciamos nuestra vida jugando y solo algunos llegan a ser deportistas de elite.

La intención de las siguientes reflexiones es aportar datos que sirvan de acercamiento al interrogante… ¿puede mantenerse el juego en la alta competencia deportiva?

De este aparente enfrentamiento dualista surge como síntesis, una terceridad producto de la tensión de los opuestos, de la contradicción, generando precisamente como tercera postura el espíritu o potencial lúdico.

Nos dice John Huizinga (Homo Ludens) respecto del juego “…en su aspecto esencial, el juego es una acción libre, que se ejecuta y siente como situada fuera de la vida corriente pero que puede, sin embargo, absorber completamente al jugador, sin que obtenga provecho de ella; por otra parte esa acción se ejecuta dentro de un espacio y tiempos determinados, y se desarrolla según un orden y reglas en los que reina una propensión a rodearse de misterio y a disfrazarse, a fin de separarse del mundo habitual” … “la cultura en sentido amplio (religión, saber, derecho, guerra, arte, poesía) brota del juego, es juego y se desarrolla jugando”. “El juego es el origen de la cultura”.

Como acción libre el juego es un acto voluntario, si no hay voluntad, si existe obligación, si se coacciona al hecho, deja de ser juego.

La falta de provecho hace del juego una acción desinteresada en cuanto a bienes o producción, que surge y se desarrolla al margen del mundo habitual, aunque inserto en él. No responde a la búsqueda de ninguna utilidad ni satisfacción consciente de necesidad alguna.

El juego es una abstracción de la realidad, con reglas propias, en un espacio particular. Quien lo observa, a diferencia de quien lo practica, no necesariamente comprende las reglas, la lógica, ni comparte su espacio y su tiempo. Es una manifestación pueril, simple, ingenua, arcaica y eterna, no tiene barreras, atraviesa tiempos y culturas, conlleva equilibrio, compensación y goce.

Como manifestación humana es una expresión de la personalidad y factor de su desarrollo psíquico, ya que estas expresiones lúdicas están impregnadas de fantasía, creatividad, adaptación, maleabilidad y libertad.

Desde el punto de vista social favorece y estimula la apertura del aislamiento inconsciente a la relación social del yo, con la incorporación del otro. A través del juego se confronta el mundo interno con el externo, desde un lugar de seguridad y libertad, donde se puede modificar las situaciones displacenteras y vivirlas imaginaria e ilusoriamente, creando su propio espacio de dominio.

Desde lo simbólico el juego siempre es una expresión (postural, gestual o verbal) representativa de un concepto moral o intelectual. Es una forma de comunicación, y como tal encierra una representación significativa.

El juego no es excluyente de un espacio histórico ni sociedad alguna, pero en muchos momentos lo lúdico ha sido desvinculado de lo racional, opuesto a lo serio. Aunque como señala Freud el juego “des-interesado” no es lo contrario a lo serio sino a lo real. Desde el punto de vista psicodinámico el juego basado en el principio del placer logra transformar lo pasivo en acto, posibilitando un control de experiencias traumáticas, satisface la compulsión a la repetición y otorga aprendizaje y placer.

En él se crean situaciones de transformación de lo conocido y adaptación a lo nuevo, se ensayan distintas combinaciones frente a lo real. Es el lugar de lo posible, el “espacio-tiempo” de lo imaginario.

De todas las teorías de juego analizadas surge como punto de contacto su importancia y significativo valor como eje provocador del despliegue de potencialidades lúdicas.

Cuando sus reglas comienzan a transformarse en normas impuestas surgen los juegos institucionalizados en deportes, donde la competencia nos instala en un nuevo orden. Precisamente en el orden de lo “com-petente”, de lo oportuno, de aquello para lo cual se tiene aptitud e idoneidad. Pero la competencia también señala rivalidad, disputa, contienda.

El juego y el deporte tienen un efecto creador, pero podemos decir que el deporte ha perdido gran parte de las características recreativas distintivas del juego, acercándose cada vez más a su espíritu primitivo, el combate, la oposición de fuerzas, la búsqueda de destrucción simbólica del otro como medio para asegurarse la supremacía y la supervivencia competitiva.

Es en la triada constitutiva de toda actividad físico deportiva “ludus, agonismo y movimiento” donde encontramos el camino que nos lleva desde el juego a su aparente opuesto, la alta competencia deportiva. Recorrido donde el juego se desdibuja y se extrema la técnica del movimiento en pos de una competencia que deja de ser un medio para convertirse en un fin excluyente, donde se valoriza prioritariamente el resultado en desmedro del placentero espíritu lúdico.

Al desvincularse de lo sacro conformándose en una manifestación de instintos agonales se alteró su sentido axiosófico, diluyéndose su primario factor lúdico aunque no su potencial, movilizador de fuerzas vitales portadoras de existencia.

Es precisamente la potencia lúdica portadora de posibilidad y movimiento, propiciadora de aspectos cognitivos, sociales, afectivos y corporales que compromete a todo el ser con sus valoraciones. Es indicadora de fuerza promotora de cambios, de transiciones, se constituye en un impulso de vida, en un acto creador favorecedor de libertad y gozo.

Es la llave necesaria para que surja naturalmente la libre expresión creativa propia del potencial lúdico, expresado en la consistencia del juego.

En aquellos deportistas que han perdido la “alegría de su juego” se instaura el negativismo, la apatía o desmotivación, expresada en la pérdida de sentido, de consistencia y de sus consecuentes logros.

El deportista es un hombre de acción, de movimiento y en él la actitud lúdica como una mera postura es insuficiente, dicha actitud encierra una acción sobre la realidad a fin de modificarla.

Entre las respuestas a ensayar surge un modelo social constituido sobre un afán elitista que trastoca las categorías valorativas, donde el único objetivo es ganar, enfrentándonos a competir por aquello que se supone nos lleve imaginariamente a la completad.

En la alta competencia deportiva la capacidad de juego sufre una metamorfosis plasmada en la búsqueda narcisista de poder, es por ello que debemos plantearnos poner el acento en mantener la libre expresión del potencial lúdico, que nos conecta con el placer creativo del juego sustentado en lo que es valioso y no simplemente útil. Cuando el hombre juega siente placer y es libre, se concentra en la actividad lúdica y no en el resultado, se pone en contacto con su mismidad.

En todo su trayecto existenciario y sustancialmente en aquellos de mayor exigencia, como es la alta competencia deportiva, no debería abandonar el juego, o más precisamente debería atender a su potencial lúdico, asumiendo el compromiso irrenunciable de “jugarse en la vida”.

 

Bibliografía recomendada:

BUYTENDIJK, F. (1975). El sentido del juego. Madrid. Revista de Occidente.
CAGIGAL, J.M. (1981) Deporte, espectáculo y acción. Barcelona. Salvat.
CAILLOIS, R. (1986) Los juegos y los hombres. México. Fondo de Cultura Económica.
COSCIO, R. (2004). Consonantes existenciales del potencial lúdico. Tesis Doctoral. Buenos Aires. Universidad Argentina John F. Kennedy
HERRERA FIGUEROA, M. (1974) Sociología del Espectáculo. Bs. As. Paidós.
HUIZINGA, J. (1984) . Homo Ludens. Bs. As. Emecé Editores.
SCHEINES, G. (1998). Juegos inocentes, juegos terribles. Bs.As. EUDEBA.